27 ago 2012

Japón...desde mis ojos


Atrás han quedado las que podríamos decir que han sido las vacaciones más especiales de nuestras vidas, las de pepe y mias. Porque con ellas hemos hecho realidad uno de los proyectos más pensados, más deseados y más esperados desde que, tal como ahora de hace 20 años, él fue a trabajar a este país.
Ha sido una experiencia intensa en la que pensar en la siesta estaba completamente fuera de nuestros planes. Caminar y caminar bajo un bochorno nunca visto,desde las nueve de la mañana, toallas en mano, imitando lo que todo el mundo lleva en la mano o en el cuello, junto con el paraguas, que lo mismo resguarda del sol que de la lluvia: Tokyo, Hamamatsu, Kyoto y Hiroshima. Un recorrido de casi 1000 kilómetros a lo largo de 14 días en los que hemos viajado en los famosos Shinkansen (ave para nosotros), en metro, en tranvia, en tren cercanías, en autobús y en bicicleta. Impresi0nante. Ciudades llenas de encanto, color, templos, monumentos, tráfico (muy silencioso por cierto)y de gente.
Ciudades por las que hemos pateado lo indecible, y si no que se lo digan a los restos de ampollas que todavía campan por mis pies.
El pueblo japonés, en lo que he podido observar, es un pueblo tranquilo, silencioso, metódico, amable y respetuoso, que hace colas ordenadas para todo, sin alterar ni en lo más mínimo el orden de los que, por ejemplo, salen y entran en los vagones, que paran exactamente en la señal que indica que van a parar. Un pueblo entre el que te mezclas sintiéndote seguro, tal y como me habían dicho. Que combina en las calles y en sus costumbres lo más antiguo y lo más moderno, que pasea hablando móvil en mano a todas horas, en cualquier sitio, paseando en bici incluso. Ciudades en las que se mezclan grandisimas marañas de cables en las calles con la tecnología más avanzada. Anuncios, megáfono en mano, de sus productos. No había visto más personas uniformadas en mi vida. No había visto tantas personas al cuidado de todo. Excesivo incluso. Y al principio choca, pero luego te acostumbras. No había visto jamás semejante trazado de líneas de tren y metro en las que, las primeras veces, te sientes perdido, pero ha sido fácil. Pepe también es muy organizado para estas cosas y lo llevaba casi estudiado. Menos mal, porque yo todavía estaría buscando alguna parada de metro a estas alturas. No había sido nunca protagonista de tantas reverencias. Las hacen para todo, con una sonrisa y una retahila de agradecimiento y despedida que todavía dura cuando sales de las tiendas o de los restaurantes. Y te sabe mal irte sin acabar de escucharlos.
Cuando llevas paseando seis horas y buscas con la mirada desesperada una sombra o un banco donde sentarte casi es misión imposible. Cuando buscas dónde tirar un papelito te das cuenta que no hay papeleras, pero tampoco ni un triste papel en el suelo. Alucinante lo limpias que están las calles, los parques, los rios...todo. Igual que aquí, vamos. Guardan hasta las colillas y las cenizas de sus cigarrillos en bolsitas para depositarlas en las papeleras y zonas especialmente habilitadas para fumadores, que tambien son pocas. Fuman de espaldas a la gente. Curioso.
Los que me conocen bien saben que, por algunas circunstancias que no vienen al cuento, yo podría escribir la Guia de los wáteres del mundo mundial. Pues en esta guía tendría que decir que los más limpios y completos que he visto hasta el momento son los japoneses. Sin ningún género de dudas. Incluidos los típicos en los que la taza está en el suelo. Cuando entré por primera vez en uno me vi tentada de dejarlo correr, pero la necesidad acuciaba. No está tan mal. Hasta en los restaurantes de comida rápida están impecables.
En uno de los barrios más concurridos de Tokyo, Ueno y Okachimachi, hemos aprovechado para comer y cenar en sus bares de tapas más típicas. Allí apenas hay traducción de lo que vas a pedir y si con suerte encuentras el dibujo, respiras aliviado, aunque eso no te de garantias de acertar. Confieso que he comido más hamburguesas y espaguettis de las que hubiera deseado. Comimos Pollo, ternera, hígado, pieles, arroz, col, guisantes, tempuras, shitake (ese sí lo conozco y los consumo) y un sinfín más de otras comidas que no nos atrevimos a probar, por si las moscas. El arroz japonés, buenísimo. Tengo que aprender a cocinarlo con sésamo y soja. Mi tripa...una campeona. Te sientan en diminutas mesas y banquitos junto a otras personas con las que casi te rozas los codos. Pero es lo más normal, mientras que aquí generalmente buscamos la distancia con los demás. Una buena experiencia. Gente, alegría, cervezas, bullicio, comer con palillos... No es tan difícil, sobretodo si eres japonés, y lo intenté varios días hasta que me salió...de aquella manera. Ya conté que esta torpeza dio lugar a compartir con una pareja que me debió ver tan apurada que lo intentó varias veces hasta que yo, ni corta ni perezosa pinché los trozos cual banderillera hasta que pepe me dijo que no estaba bien visto. No estaría bien visto, pero entre eso y mis dedos logré comer aquella noche. Ella es Satuki y él es Kazuki. Móvil en mano, traductor y hasta tablet sirvieron para conectar con algunas frases que los gestos y la mímica no podían interpretar. Lo más importante fue entablar esta amistad, corazón con corazón, que espero que continuemos.
Hemos visto los gigantestos edificios de Tokyo, la torre más alta del mundo, el buda más grande de Japón, preciosos templos y jardines, parques llenos de ciervos mezclados entre la gente, paisajes de postal, gente y más gente...que te invita a recorrer un país lleno de contrastes y de color del que he intentado mostrar una pequeña pincelada, nada comparable a lo que mi retina, mi corazón y mi cerebro conservan aún de esta aventura. Es lo que más importa. Deseo cumplido. Eso sí las Geishas y los hoteles cápsula quedarán para otra vez...Sayonara Japón, me has gustado mucho.
PepaFraile Agosto 2012.

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