11 ene 2012


Caricias de un extraño

La vida la había alcanzado a los cincuenta años. Carolina tenía una carrera universitaria, dos trabajos, un ex marido del que nunca debió de enamorarse, una buena dosis de amargura a sus espaldas y un hijo del que se sentía orgullosa, aunque esto último trataba de ocultarlo bajo una apariencia de madre dura que se empeñaba en mostrar a los demás. Pero él era su ojito derecho.
En su ordenada existencia había espacio para la rutina, para el pesimismo y la resignación sin imaginar que, a partir de aquella tarde de otoño, todo iba a cambiar mucho más de lo que jamás se habría atrevido a soñar.
Aquella mañana despertó empapada en sudor después de apagar el despertador a golpes de manotazo mientras maldecía la hora una y otra vez. La noche había estado plagada de sueños agitados que, uno tras otro, la habían llevado al mismo sitio. Un lugar desconocido en el que unas manos ágiles, una mirada penetrante y una boca húmeda y anónima paseaban por su cuerpo desnudo recorriendo todos los secretos que nadie había sabido explorar hasta entonces. Aquellas caricias le brindaban un placer desconocido que la excitaba hasta hacerla temblar bajo las sábanas. Malhumorada y despierta, se sentía traicionada una vez más por la vida. Las suyas habían sido oportunidades a medias en las que nunca había disfrutado de la satisfacción plena. Ahora, se sentía más sola que nunca, pero estaba segura de que aquellas sensaciones existían de verdad, y quería sentirlas despierta. No se había atrevido a decirle a nadie que, a su edad, después de un matrimonio fracasado y haber tenido un hijo no sabía si había tenido un orgasmo alguna vez en su vida. Ni siquiera había tenido que fingir en su relación, en la que ambos habían determinado que posiblemente era frígida, porque él, su compañero, se servía de ella hasta colmar su propio deseo sin ofrecer nada a cambio. Con ese firme propósito, se metió en la ducha y dejó caer el agua por su cabeza hasta asegurarse que aquel calor sofocante del que todavía podía sentir un leve rastro se deslizaba por completo por el desagüe y dejaba de atormentarla.
Por la tarde, salió del trabajo decidida a dar el paso. Más allá de parecer una pervertida, sus temores nacían en no saber qué decir desde el mismo instante en que sus pies la llevaran hasta el mostrador en el que le preguntarían qué se le ofrecía. Iba ensayando la respuesta a aquella pregunta igual que un niño recita las primeras veces la tabla de multiplicar temiendo equivocarse. < ¿Qué se le ofrece?, - venía a comprar un consolador >. < ¿En qué la puedo ayudar? - Venía buscando algo para mí, un vibrador…>. Procurando el anonimato se había desplazado hasta el otro extremo de la ciudad. Eran casi las ocho de la noche. Se paró en el escaparate de la dirección indicada, discreto y poco sugerente, como siempre había imaginado. Miró su reloj en un acto reflejo, empujó la puerta hacia adentro y entró. Carolina se agarró a su bolso, tragó saliva y siguió caminando con paso firme hasta dar con el mostrador que había al fondo de aquel espacio lleno de vitrinas y algunos póster de damas y caballeros ligeros de ropa que enseñaban en sus manos y en algunas partes de sus cuerpos objetos que para ella eran completamente desconocidos. No había nadie y empezó a ponerse nerviosa. Cuando estaba a punto de darse la vuelta y volver sobre sus pasos escuchó que alguien decía: - Un segundo, vengo ahora mismo. Era la voz de un hombre, algo con lo que absurdamente no había contado. Escuchó que se acercaban hasta ella y entonces lo vio. Alto, moreno, atlético, vestido con una camisa entallada que resaltaba todos su músculos, enfundado en unos tejanos y oliendo al séptimo cielo. Casi se cae de espaldas. Los ojos de aquel hombre la perturbaron al instante mientras él la miraba descaradamente regalándole una sonrisa. Apoyó las manos sobre el mostrador e inclinó su torso hacia adelante mientras ella sentía el latido de su corazón agitando su blusa.
- Pensaba que no vendrías.
- ¿Cómo dice? Respondió sorprendida. ¿Nos conocemos?
- Si y no…- contestó muy lentamente.
- No le entiendo. Es igual, no se moleste, ya volveré otro día.
- ¿Pasarás un día más sin saber la verdad?
- ¿Qué verdad?
- La que todavía no conoces y yo te puedo enseñar.
El hombre salió del mostrador y se dirigió hasta ella acercándose a su oído.
- Sólo tienes que pedírmelo. Soy aquel que aparece en tus sueños y quiere hacer realidad todos tus deseos.
Carolina lo miró fijamente y sonrió. Acercó su boca hasta él, cerró los ojos y se abandonó a su voluntad, estremeciéndose en cada caricia que su cuerpo sentía bajo aquellas manos que tanto había deseado conocer.
Sonó el timbre que anunciaba una nueva visita. Carolina luchó contra él y se negó hasta que sus manos dieron el último golpe al despertador que cada mañana le recordaba que aquellas manos la esperarían una vez más.

 PepaFraile 2012

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Muy bueno!
Ángeles

Anónimo dijo...

Después de la última frase...directita a la ducha. Quiero másssss.
No sé porqué esta historia me suena ;)))
Matilde

Unknown dijo...

Muchas gracias Angeles y Matilde: Jajajajaja! Si supierais lo que le pasa luego a Carolina! Esto se podria convertir en una nueva novela, no tengo la menor duda...porque la historia está en mi cabeza gestándose y tomando posiciones, pero todo se andará!

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