16 oct 2013


Brujín y otras lecturas

Aunque aquí sí sabemos qué fue antes, a estas alturas de mi vida ya no concibo leer sin escribir ni escribir sin leer.
Por eso, hace un rato, leyendo de aquí y de allí me han venido al recuerdo escenas de mi infancia que, imagino que inconscientemente, fueron las responsables de mi afición a la lectura.
Brujín, el aprendiz de brujo. El primer libro de lectura de primaria. Me cautivó. A mí y a mi madre, que escuchaba atenta mientras yo, una niña de 7 años, me sentaba muchas tardes con mi sillita de mimbre en la cocina a recitar, con no poca soltura según su criterio y su  indudable y objetiva visión del asunto (si es que las madres...) las aventuras de un niño y de su maestro Mangas Anchas. Ella movía la cabeza de arriba abajo aprobando mi lectura y disfrutando de la historia. Por aquel entonces no teníamos televisión en casa. Qué maravilla sería eso, pienso algunas veces.
Ha llovido mucho desde entonces, lo sé. Mucho no. Lo que va después de mucho.
Luego llegaron cuentos y tebeos clásicos de aquellos años que culminaron con la que fue mi primera lectura seria, vamos a decir, aunque lo de leerle a mi madre por aquel entonces me parecía una de las tareas más solemnes y gratificantes de la vida.  
Heidi, de Juana Spiri. La novela de mi infancia con diferencia. La primera historia leída que me hizo llorar. A escondidas, por supuesto. Con la edad me vuelvo llorona y tanto yo como mis hormonas peleonas nos aceptamos de buen grado, pero por aquel entonces no conocía a nadie que llorara delante de los capítulos de un libro. Seguro que éramos más. 
La colección de "Los cinco" de Enid Blyton, a los que siguieron más y más. Todo lo que caía en mis manos de la biblioteca del colegio y después de la biblioteca de mi barrio. Qué tiempos aquellos. Ya por aquel entonces empezaba a imaginar mis propias historias, las que un día sería capaz de dotar de vida y movimiento. 
Pasaron muchos años antes de hacer de ese sueño la realidad que algunos conocéis ahora. Ha estado bien. qué digo bien...maravilloso.  El amor por la lectura, creciente por otro lado, me ayuda a escribir. El amor por la escritura, creciente del mismo modo, me empuja a leer sin parar.
Ah! que no se me olvide Scooby Doo. Vuelta otra vez con la pandilla y su perro. Cómo disfrutábamos mi hermano y yo leyendo una y mil veces las mismas historias y cómo nos sorprendíamos de sus finales como si siempre fuera la primera vez. Claro, yo se las leía a él, que para eso es el pequeño. Ternura y inocencia son las sensaciones que esas escenas me causan.
PepaFraile 



1 comentarios:

Anónimo dijo...

Añoranza y ternura es lo que me inspira a mi esta entrada. Por cierto compartimos la pasión por "Los cinco".
Ángeles

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